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lunes, 12 de enero de 2015

El Descubrimiento.

Esto que voy a relatar, es algo que cuando lo he contado en mis cículos más íntimos de amigos, la primera reacción que despierta siempre, es la risa. Se piensan que es una broma, pero cuando explico detenidamente la historia, quizás muchos reflexionan y encuentran en si mismos idéntica sensación, con otro aspecto o parte de su ser.

Siempre he pensado que yo tardaba más en darme cuenta de las cosas, tal vez por la capacidad analítica, que tengo por defecto en mi carácter desde niña, que me hace diseccionar todo para comprenderlo con seguridad, sin dejar nada al azar. Cierto es que en algunos momentos me ha resultado una carga, ser tan minuciosa sin remedio, me ha causado algún que otro quebradero de cabeza, pero haciendo balance, hoy se que siempre ha merecido la pena tomarme el tiempo que he necesitado en cada caso, para comprender.

Lo que me ocurrió fue, que descubrí mis manos, cuando tenía 9 años. Lo recuerdo perfectamente, el día que sentada en el pupitre de clase, sin saber por qué ni por qué no, me fijé en mis manos. Esto es lo que hace tanta gracia, ya que todos suponemos que es a más temprana edad, cuando nos damos cuenta de nuestras extremidades. No digo que no sea cierto, pues los bebés se miran las manos, se las cojen y también las usan para tocarse los pies, pero yo no se si alguien puede guardar ese recuerdo tan vivo, como el que guardo yo de cuando aquel día, vi que tenía dos manos, con cinco dedos cada una de ellas. Me fijé en los dedos, eran ni cortos, ni largos, tal vez me parecieron más gruesos y cuadrados que los de mis compañeras de clase y además tenía bello en alguno de ellos. Observé mis uñas, algunas más anchas y otras más cortas y pequeñas, en concreto las del dedo índice, el resto parecían proporcionadas. Comprobé el color, las venas que se vislumbraban en el dorso y la sonrojez que aparecía en la palma, justo en la base del dedo pulgar. Revisé las arrugas y las líneas, sin ningún fin, solo me di cuenta y fui consciente de todo lo que hacía con ellas, de lo necesarias que eran en mi cotidianidad y me puse muy contenta con mi descubrimiento, que mantuve en secreto hasta pasados muchos años que empecé a contarlo como anécdota curiosa, cargada de sentido para mi.

Han pasado algunos años de aquel descubrimiento y mis manos, han adquirido además, otro sentido más allá de una parte de mi cuerpo, ahora se que además de todo lo anterior, reconfortan y transmiten una cierta sensación, dependiente directa de mi estado general y sobre todo de la intención puesta.

Hoy en día, puedo decir que tal vez tardé en ser consciente de mis manos y he tardado mucho tiempo también en darme cuenta que lo que me hace feliz es cuidar a los que lo necesitan, pero sin duda se, que ha merecido la pena y que nunca es tarde, si la dicha es buena.





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