“Haz lo mejor que puedas con lo que está en tu poder y toma el resto como
suceda” Epicteto
A bote pronto esta filosófica frase exime de responsabilidad
con respecto al resto, a lo que no está en tu poder que hay que tomar como
suceda, sea lo que sea, sin afectación, simplemente aceptándolo, porque como
bien sabemos, no está en nuestro poder.
Yo me pregunto qué es lo que está en nuestro poder, hasta
donde llega nuestro poder, nuestra responsabilidad, aquello que debemos hacer
lo mejor que podamos porque si está en nuestro poder.
Cuando eres un profesional con compromiso de vocación, se
supone que tiene que haber una línea divisoria que te indique el límite o indique
el rebose de tu capacidad diaria de entrega y ayuda, esa con la que ya te
sientes bien, ya has cumplido, tus arcas están llenas de benevolencia y te
encuentras satisfecho con tu trabajo del día. De lo contrario, si no se
establece esa franja porque su horizonte es infinito, lo que ocurre es que te embulles en un laberinto lleno de
trampas emocionales, psicológicas y físicas.
Eliges una profesión con la idea romántica de proporcionar
asistencia social, sanitaria, entregar apoyo psicológico, acompañar y
desdramatizar en momentos críticos que pueden asaltar a cualquiera en la vida y
a todos, cuando de
lo que hablamos es la senectud, la incapacidad inherente, la pérdida de los
sentidos, de los recuerdos, en definitiva de la propia vida que se escapa y el
proceso a veces es muy doloroso, aunque tenemos toda una vida para prepararnos,
el final nunca sabemos cuándo ni cómo va a ser.
Trabajar con y para personas que han llegado a su última
etapa de vida, que han perdido su cognición por estar afectados por algún tipo
de demencia, tienen la movilidad reducida por la edad avanzada o por alguna
dolencia propia del envejecimiento, han perdido algún sentido, ya sea la vista,
el oído o todos y la capacidad de comunicarse ha desaparecido, están sumidos en
un enorme silencio, plagado de tristeza por todas las pérdidas en su haber, es
tarea ardua que requiere de unas destrezas incalculables, grandes
dosis de humanidad, conciencia, empatía, infinita paciencia y algunos conocimientos
específicos, para saber detectar y comunicar
signos, síntomas; y bajo mi punto de vista, también saber detectar
gustos, disgustos, manías e inapetencias, aporte que facilita la eficacia en la
relación de ayuda asistencial.
La desolación y frustración es de una índole grandiosa,
cuando descubres cómo está planteado el trabajo que con tanto entusiasmo tú
querías desempeñar.
Se te caen los palos del sombrajo al descubrir a grandes
rasgos, que llegado el momento, cuando dejamos de ser productivos y
representamos un gasto sociosanitario para una sociedad de consumo, capitalista,
sin valores y deshumanizada, te conviertes en algo indescifrable, solo las
grandes empresas farmacéuticas se frotan las manos en las convenciones de la
organización mundial de la salud, calculando las fabricaciones multibillonarias
que se embolsarán con los “viejos” de las residencias y del planeta, a lo que
sumarán lo del resto de población enferma o que enfermará en breve por este
trajín que llamamos vida.
Te das cuenta de que hasta las víctimas pueden tener sus
propias e involuntarias víctimas, que los trabajadores que deciden dedicar su
vida laboral a la atención sanitaria directa, a estar a pie de cama, a llevar
la cuña y vaciarla, a cambiar los pañales, a retirar vómitos, flemas, a duchar,
a vestir, a alimentar a aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos, ayudar a
los que tienen dificultad para hacerlo, a supervisar a los que lo hacen
autónomamente, a administrar medicamentos y tratamientos pautados, a aquellos
que escupen la medicación, aquellos que no pueden tragarla por problemas de
deglución, triturar, esconder, convencer, acompañar, arropar, consolar; esos no
existen para nadie.
Estamos totalmente defenestrados. Sin entrar en
valoraciones de títulos, grados, carreras y másteres del universo, la sensación
es de pertenecer a una tropa de la edad media, esos pobres aldeanos reclutados
por los terratenientes y señores, los que iban en primera línea de batalla
armados de palos y piedras para defenderse ante los que iban a caballo con
lanzas y un ejército que lanzaba bolas impregnadas de aceite flameante.
Se precisa de una renovación urgente del plan de cuidados existente,
que lejos de estar centrado en la persona, se centra hoy día en un rebaño de
alguna especie, en el que los cuidados son diarios también, pero existen diferencias
que todos sabemos discernir.
No se puede seguir adelante así, basta ya de permanecer en
el olvido, ellos y nosotros.
Aquí no se pide aumento de nómina, lo que se está
solicitando es ayuda, conciencia, dotación de personal, que se cubran las bajas del personal que cae agotado y la mayoría están puestos en tela de juicio por su incapacidad transitoria, se nos quiere hacer ver que los empleados se dan de baja ellos solos, infravalorando la atención médica de atención primaria, que son los que emiten las incapacidades transitorias en base a criterio médico. Nos enfrentan y mientras la crítica situación de todos se acrecienta.
Como me gustaría ver a las personas competentes, atendiendo
una tarde en cualquiera de las plantas de la institución donde trabajo, de
15:00 a 22:30 h, acostando al final de la jornada a una media de 8 a 10 personas grandes
dependientes, muchos de ellos demenciados, con crisis de agresividad, sin
entrar en los motivos, ya que son muchos los que pueden llevar a una persona
con cierto tipo de demencia a tener una crisis, no vayan a salir ahora los
enterados que no han puesto un ojo encima de un enfermo de esas características,
a dar sus versiones o sus remedios.
Hay que estar día a día y sentir como duele todo el
cuerpo, el ritmo de trabajo es frenético, no llegas a todo, te proporciona un
estado de estrés traumático difícil de superar cuando estás expuesta a diario a
batallas imprevisibles, teniendo la única responsabilidad del cuidado y la
atención, aunque
“vayan a morir
de todas formas”. (Isabel Díaz Ayuso).
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